Juan Valdez III
Hace poco escribía yo sobre mis recuerdos del Profesor Yarumo, el Juan Valdez local que sin escatimar en un sólo producto, representaba al campesino colombiano en su generalidad.
Hoy, tras dos años de búsqueda y selección, se ha escogido al nuevo Juan Valdez que, amén de la encarnación realizada durante 37 años por Carlos Sánchez, continuará el proceso de expansión de la cultura cafetera colombiana y su producto insignia, Café de Colombia, "el café más suave del mundo".
Buena suerte a Carlos Castañeda en este reto que encara y gracias infinitas a Don Carlos Sánchez quien, en compañía de Conchita, se nos hizo tan familiar, al punto de ser él mismo, casi, la imagen que nos llega al hablar de café.
Mientras, yo aquí seguiré degustando mi tintico
Carlos Castañeda, el nuevo Juan Valdez
Anónimo
"Amorsote, Te amo muchote", esas son las palabras que sobresalen (o a las que más atención presté) en un mensaje anónimo que encontré esta mañana en mi cuaderno. ¡Cuánta inseguridad en estos tiempos! Ya no puede uno fiarse: una nunca se imagina.
 
Me dio un temblorcito y una escalofrío tan casual, una suerte de alegría que no sabe cómo expresarse. Como me gustan las sorpresas, sobre todo las de este tipo, me sentí halagado. Ojalá pueda decirle -en su cara- y expresarle a la persona que me manda ese tipo de amenazas lo que hizo me hizo sentir (todavía lo estoy sintiendo). Ojalá.
 
¿Será que se están presentando más casos, como los que denuncia la campaña de la Alcaldía, de mujeres que les roban el corazón a los hombres en vía pública? Ya han sorprendido a varias in fraganti. ¿Seré yo una próxima víctima, Señor?
Espero, con vehemencia, que no se trate de los sacoleros no tan amigos que conocí hace poco, cuando intervine para que no le robaran a un estudiante de colegio.
 
(Hola mi
amorsote
Te
amo muchote
Att.
La amorosa)
 
Esas palabras, en boca de ellos, sí que me preocuparían. Pero de todo se ve en la viña del Señor
La visión de la ciudad es espléndida desde esta altura. Puede pensarse en un paisaje ideal para místicos, pero aquí viven los industriales antioqueños. Todavía no me tomé una copa, ya ya estoy ebrio. La voluptuosidad del aire emborracha mis sentidos.
Gonzalo Arango
Así es la noche en eterna primavera, en el verano que se vislumbra...
Esa cosa estúpida de ingleses
En épocas de mundial, siempre recuerdo aquella anécdota de Borges en 1978. Mientras la albiceleste selección argentina debutaba en el mundial en el que hacía de anfitriona; Jorge Luis dictaba, en punto, como buen inglés que era por ascendencia, una charla sobre la inmortalidad.
 
¡Ah, queremos tanto a Borges! El escritor de los espejos afrentaba aquella actividad propia de su gente, por la que siempre mostró desprecio, como el más célere detractor del fútbol que es. "Un deporte estéticamente feo: once jugadores contra once corriendo detrás de una pelota no es especialmente hermoso" es la expresión concisa del poco aprecio que le profesó el memorioso al deporte más "popular porque la estupidez es popular".
 
Extraña. No existe otra palabra para aquella crónica, insulsa, en la que un tal Macoco Salomón, dizque amigo de Borges, asevera que este fue en algún momento cercano al balompié: A Borges le gustaba el fútbol. Aunque podría no ser sorpresa que quizás, humano como cualquiera, Jorge Luis tuviera hacia el fútbol una mirada igualmente ambigüa como lo eran sus posturas políticas, que tantos sinsabores le ocasionaron (como con Sábato, o aquella presunción de su pérdida del Nobel a causa de su opinión hacia la dictadura).
 
Graciosa, eso sí. Bustos Domecq -el legendario escritor de las Crónicas- en la portería, Bioy Casares como centrodelantero, Cortázar, conforman un equipo que, sin modestia, realmente es "galáctico" (cual Real Madrid de la literatura). Aún sin fundamento histórico; el testimonio de Salomón tiene valor literario, por original.
 
Original. Es que no es fácil comprender que el bueno de Borges, tan argentino como la pasión por el fútbol; poseedor de una marcada ascendencia inglesa, visible en sus ademanes, en su porte; estudioso como pocos de la literatura inglesa; renegara heréticamente, para ironía de su cuna, de aquella "cosa estúpida de ingleses".