Esa cosa estúpida de ingleses
En épocas de mundial, siempre recuerdo aquella anécdota de Borges en 1978. Mientras la albiceleste selección argentina debutaba en el mundial en el que hacía de anfitriona; Jorge Luis dictaba, en punto, como buen inglés que era por ascendencia, una charla sobre la inmortalidad.
 
¡Ah, queremos tanto a Borges! El escritor de los espejos afrentaba aquella actividad propia de su gente, por la que siempre mostró desprecio, como el más célere detractor del fútbol que es. "Un deporte estéticamente feo: once jugadores contra once corriendo detrás de una pelota no es especialmente hermoso" es la expresión concisa del poco aprecio que le profesó el memorioso al deporte más "popular porque la estupidez es popular".
 
Extraña. No existe otra palabra para aquella crónica, insulsa, en la que un tal Macoco Salomón, dizque amigo de Borges, asevera que este fue en algún momento cercano al balompié: A Borges le gustaba el fútbol. Aunque podría no ser sorpresa que quizás, humano como cualquiera, Jorge Luis tuviera hacia el fútbol una mirada igualmente ambigüa como lo eran sus posturas políticas, que tantos sinsabores le ocasionaron (como con Sábato, o aquella presunción de su pérdida del Nobel a causa de su opinión hacia la dictadura).
 
Graciosa, eso sí. Bustos Domecq -el legendario escritor de las Crónicas- en la portería, Bioy Casares como centrodelantero, Cortázar, conforman un equipo que, sin modestia, realmente es "galáctico" (cual Real Madrid de la literatura). Aún sin fundamento histórico; el testimonio de Salomón tiene valor literario, por original.
 
Original. Es que no es fácil comprender que el bueno de Borges, tan argentino como la pasión por el fútbol; poseedor de una marcada ascendencia inglesa, visible en sus ademanes, en su porte; estudioso como pocos de la literatura inglesa; renegara heréticamente, para ironía de su cuna, de aquella "cosa estúpida de ingleses".