Bajaba por la calle Ayacucho, en el cruce con El Palo, llegando a la iglesia en la que se encuentra medio Medellín: la de San José. Al pasar en mitad de cuadra, en la entrada destartalada y envecejecida del "Fotoestudio Yepes" me percaté de unos tacones en el suelo y unos piernas al aire agitándose como las de un bebé en berrinche. Al acercarme, la vi intentar pararse.

 

Podría tener 25 años, quizá menos, pero aparentaba más edad. Su pelo negro, despeinado, y sus ojos maquillados a lo más, con exceso de pestañina. Su cara reflejaba una vida vivida prematuramente. Era de ese tipo de mujeres que, sin uno saberlo lo sabes, que sólo andan con hombres casados, que buscan una estabilidad inestable en relaciones callejeras.

 

Él, un tipo de unos cuarenta años, bajito, barrigón y con esa cara de típico hombre machista colombiano, la estrujaba mientras ella intentaba pararse. Trataba de recoger sus tacones pero no mostraba afán por irse. Él tampoco mostraba empeño en violentarla, sólo la lanzaba contra el suelo. Quizá prefería verla a sus pies que enfrentarla en igualdad, quizá no valía la pena hacerle reclamos de manera más vehemente.

 

Dos policías, juntos a ellos, veían la escena mientras trataban de disuadir al señor, que no se inmutaba ante los uniformados mientras la mujer se paraba y continuamente volvía al suelo. En uno de esos intentos se acercó a él, "Es un hijueputa", fue todo lo que le escuché decir como hablándole a los policías. Ya al pararse, estos se interpusieron entre el hombre y ella para evitarle ir al suelo otra vez.

 

Mientras, yo seguía mi camino al Metro, aún faltaban varias cuadras. Supongo que fue un lío entre amantes, quizá ella se tomó un café con otro o de pronto fue el quien resultó increpado. De cualquier modo, ella mostraba indignación por el maltrato pero jamás trató de escapar o defenderse. Y lo buscaba, siempre se acercaba a él.

 

Es probable, si los policías actuaron, que el tipo haya dormido aquella noche en la estación. Ya debe estar estar afuera. Y ella, ella está con él de nuevo.

 
Esta semana se registró la visita 200 a este espacio. No sé si será real interés o mucha gente anda buscando sentido en la red, pero gracias por leer. Y criticar. Alguien se atrevió a escribir "esto qué es?".  Mientras, como Don Quijote a Sancho: volvamos a nuestras andadas
Agúzate Peralta que voy a escribir...
                                 Fernando Vallejo

La Internet avanza a pasos agigantados. Encuentra uno cosas traídas de los cabellos, realmente poco imaginadas. Y, más allá, se plantea como un espacio para el libre ejercicio de la participación. Para la inclusión, en este mundo de excluidos.

Aún siendo la era de la informática, la "tercera revolución industrial", la sociedad de la información se acerca, se compila, se globaliza pero no se comunica. O poco se comunica. Encontramos así los ejercicios de integración que, amén de las nuevas tecnologías, nos muestran las diversas formas de participar en la aldea global, las distintas maneras de concebir ya una misma idea, ya una visión del mundo.

Esto lo traigo a colación porque encontré una página divertida, con un ejercicio quizás insólito pero muy diciente para los que gustamos de observar el comportamiento del (los) individuo(s).

El reloj humano, Human Clock, como muestra de las diversas formas de manifestar lo inexorable del paso del tiempo. Esa es mi muestrecita del día, la degustación que dejo. Dixi

 
"No me acuerdo, pero no es cierto. No es cierto, y si fuera cierto, no me acuerdo"
Pinochet en respuesta sobre si él como Presidente de la República era jefe directo de la DINA, el servicio de policía política responsable de gran parte de las desapariciones en Chile.
 
 
Como dice el profesor Álvaro Ramírez en Ojo al texto  "la manera como se expresa el exmilitar no sólo es torpe y ambigua sino cínica". Dice no recordar detalles puesto que "me están preguntando de cosas que sucedieron hace 30 años", pero ¡vaya ironía! Chile y el mundo sí lo recuerdan y lo seguirán recordando, como los judíos su Holocausto y los sudafricanos el Apartheid. Al parecer la amnesia es selectiva: sólo recae sobre aquellos que tienen el verdadero testimonio de lo sucedido.
 
Quizá Dios sí lo perdone si se excedió,  aunque él no crea.
 
Una lagartija inconsecuente enamorose de una lombriz perdidamente, enterada la terrestre del embate decidiose a ser esquiva, cual amante. Asumiendo con agucia tal escollo se apostó digna y señorita, diligente, mas su corazón cayose en el embrollo y la hermosa enamorose totalmente.
Confesión en tres actos
 (O del favor que Lizeth prometió a la mamá de Mauricio)
 

Acto I

 

En la vida hay cosas que no pueden contarse y más cuando uno promete fidelidad y discreción.   Así que por favor no preguntes nada de nada, porque no voy a decirte.

 

Acto II

 

¿Qué tiene de malo que su mamá me pida un favor?  Es un asunto totalmente independiente de su amistad y nuestra compinchería.  ¿O acaso qué le choca de esta situación?

 

Acto III

 

Guarde silencio.

 

 

A continuación, los dos confidentes entran en discusión. Él, encrespado y atrabiliario, en un arranque de furia le destroza la cara con sus cortas pero ahora peligrosas uñas.

 

Termina así, una conversación que nunca empezó. Fin y tragedia.

 

Cae el telón.
 

 

FIN
¡Y pensar que la temporada de invierno aún no termina! Según los servicios meteorológicos, todavía podrían aparecer otros ocho huracanes -o a lo menos, tormentas tropicales-.
Mientras Providencia y Santa Catalina se sobreponen al coletazo de 'Beta', nosotros seguimos a la espera de una pronta tregua de San Pedro para no ser testigos de más tragedias que, verbigracia la de Bello, se suceden con cada aguacero.

Ojalá no se nos enfríe también el espíritu en esta temporada.
Más sobre el concierto de Juanes
(Para Katita... y otros amigos)
El pasado domingo 16 de octubre, Juanes, en compañía de otros varios artistas (Entre tres, Tres de Corazón, Octavio Mesa, Coffee Makers), ofreció en Medellín, su ciudad natal, nuestra ciudad, un multitudinario concierto gratuito en conmemoración de los 330 años de la Ciudad de la Eterna Primavera.
 
El evento, auspiciado por el gobierno municipal, congregó a cerca de 100.000 personas que disfrutaron de la música y espectáculo de tales artistas locales. El lugar escogido: la avenida San Juan frente a La Alpujarra, sede del gobierno local y regional. Así, en una gran avenida se encontraron miles de antioqueños para celebrar tan singular cumpleaños.
 
Más de cinco horas de música y diversión, la mitad de las cuales Juanes usó para hacer gala de su talento y poder de convocatoria, sirvieron para rendir sentido homenaje a la ciudad que, entre montañas, arrieros y flores, se convirtió en polo de desarrollo de la Colombia de principios del siglo XX y ejemplo de amor por la tierra para todo el país.
 
La nota máxima de la noche, tras la presentación de Juanes y su posterior reaparición a petición del público, la pusieron todos los artistas convocados al evento, el alcalde de la ciudad, Sergio Fajardo, y los futbolistas Mauricio Chicho Serna y Víctor Aristizábal, insignes deportistas de la región; quienes, al compás de Juanes, entonaron todos el himno antioqueño, para dar cierre al magno suceso.
 
Queda para la historia el recuerdo del espectáculo más multitudinario que ha logrado hacerse en Medellín, el cual fue muestra de civismo por el buen comportamiento de los mares de gente y la gran convocatoria que se logró en torno a la figura del artista colombiano del momento. Queda el esfuerzo que hizo la administración local por ofrecerle una gran fiesta a Medellín. Y queda el agradecimiento por el regalo que Juanes y los artistas acompañantes dieron a la ciudad.  Juan-es Medellín .
 
 
Sin duda fue el concierto más multitudinario que ha tenido la ciudad en su historia.
 
 
Juan-es Medellín
¡Qué fiesta y qué invitados! Todo salió como lo habían previsto los anfitriones: Sergio Fajardo y Juan Esteban Aristizábal desde hace meses cuando empezaron a planear el festejo y acordaron que el primero se encargaría de la logística y el segundo de la música.

Los invitados llegaron puntuales, algunos en exceso, porque pasaron la noche en el lugar antes de que les abrieran las puertas. Fueron 100.000 personas las que recibieron las tarjetas de invitación timbradas con fecha y hora: el cumpleaños de Medellín era la razón que los congregaría durante cinco horas en San Juan.

Si bien en la tarjeta no estaba especificado el tipo de vestuario adecuado para la ceremonia, muchos optaron por las camisetas negras con letras blancas que tanto le gustan a Juanes para no desentonar.

Al final, no quedó más que felicitar a los anfitriones por esta fiesta tan bacana.
 
 
 Henry Agudelo | El Colombiano

Otra vez...

He aquí el amor

"Ella sabía lo que a él le molestaba y él sabía lo que a ella le dolía. Los dos se amaban, como se aman los esclavos: con temor. Él, de vez en cuando, le decía que la amaba, y ella algunas veces, se hacía la que lo escuchaba.

Pasaron así 1095 días siendo infelices casi siempre, y casi a gusto de vez en cuando. Al llegar el día número 1096, él le dijo que ya no le quería hacer más daño y ella no le respondió; él sabía que eso era sólo una excusa, mala, por cierto, ya que a él le fascinaba que a ella le doliera.

Ella, por su parte, seguía en silencio y él se molestó… se molestó tanto, que decidió no marcharse para seguir haciendo lo que a ella más le dolía, sólo porque ella acababa de hacer lo que a él más le molestaba.

He aquí el 'amor', terminó diciendo el poeta después de escribir esas líneas; un instante después, se paró y fue a hacerle la vida infeliz a la mujer que amaba, ya que sabía perfectamente lo que a ella le dolía"

                                                                                                                                                               AnGeLuS, Colombia.

Decía Andy Warhol que cada persona tiene derecho a 15 minutos de fama. El bolero de Julio Jaramillo habla de cinco centavitos de felicidad. Para mí cualquiera de las dos premisas se queda corta, debo hablar de meses de felicidad.
 
El año corriente en general, y los últimos ocho meses, en específico, he mantenido una relación estable, la primera en mi caso. No sólo se trata de la relación misma, con el embelesamiento y el placer que da, sino de lo que he aprendido. En este lapso las experiencias agradables, y aquellas que no tanto, me han forjado unas maneras claras de aceptar la diferencia con el otro, enriquecerme a partir de ella y abrir mi mente a nuevas visiones, nuevas perspectivas. Descubrí que, tras la indocilidad, suele esconderse una gran ternura. Quizá la ternura más sincera. Y eso sólo, lo vale.
 
El amor es un acto de fe: un acto de fe en el amor. Nadie te dice que estás enamorado, sólo lo sabes. Como los griegos, Gnothi seauton (conócete a tí mismo).  Tengo muchas historias por contar; en tiempos en los que las gentes no escuchan. Ni les interesan las historias. No hay memoria. Pero ella las escucha y me contradice, me ignora, me humilla y luego me enaltece, y así, enriquece las historias y comienza una nueva. Con ella. Por eso me enamoré, ese es mi acto de fe.
 
Cada décimo día de cada mes me recuerda que estoy con ella. Hoy, en el día diez del mes diez, he confirmado la vista número cien a este espacio. No fue ella, pero la conjugación de ambos sucesos -10x10 = 100- evidencia el azar, regido por el destino, siempre presente. Las parcas, ¡ay las parcas!.
 
....................
Entre tanto, los miembros de una congregación israelita que predica una religión basada en los Diez Mandamientos que Dios le entregó a Moisés en el desierto, cada 10 de octubre deben asistir todo el día a una ceremonia donde Jehová perdona todos los pecados cometidos durante el año.

(Sucedió el 6 de mayo. Publicado con anterioridad el 9 de mayo)
 
Iba caminando el hombre por una calle húmeda, tras una no tan efímera lluvia vespertina. Al pasar una calle, el hombrecito se topa con el transporte escolar de un colegio. El auto lleno de bombas y con una gran algarabía en su interior lleva muchos niños de regreso a casa.
Por una de las ventanas traseras de aquella buseta, aprovechando un semáforo en rojo, una niña de unos seis años saluda al hombrecito sin dejar de jugar con varias bombas en su mano. El tipo la saluda y le pregunta porqué tiene tantos globos; ella riéndose con esos dientecitos de leche dice que estaban celebrando el día de la madre y que les regalaron muchas muchas bombas, -¿Quiere una?, termina diciendo. Y el hombrecito, ni corto ni perezoso, le acepta el ofrecimiento. La niña entonces, dice que si quiere llevársela le tiene que prometer que la va a cuidar y se la va a dar a alguien que quiera mucho -en sus palabras se notaba que se refería a un niño o niña que el hombrecito quisiera mucho-.
El hombre entonces le dice que la niña a la que más quiere es su novia, que si puede aceptar que sea ella la destinada; y sin ningún reparo, la colegialita dice que sí y que la salude... porque debe ser bonita. Así, el hombrecito tomó la bomba despidiéndose de la niña de seis años mientras el semáforo daba marcha a los carros. El destino de la bomba aún no se cumple totalmente, en tanto no llegue a manos de la niña que el hombrecito más quiere...
Y se consiguió una amiga más...
 
 

Mientras tanto, la vida

 

La vida es sólo ir muriendo. Como diría Vallejo, cuando uno se muere sólo termina de morirse.

Encerrado como estaba, él lo sabía; no podía aceptarlo. O no quería. Pero lo inexorable de su muerte sólo le recordaba que "polvo eres y en polvo te convertirás", como decía,  parafraseando al Génesis, aquel cura jesuita de su colegio de infancia. Ahora, se hacía cierto. Y no podía evitarlo. O sí, pero ¿para qué? Sólo sería postergar un final inevitable al que se había sometido el día que se había involucrado.

 

Aquel día aparecía normal, corriente; la ciudad danzante se movía al ritmo de la noche naciente, el metro transitaba deslizante cual gusanillo luminoso por la ciudad. Pero el parpadear ajeno de las luces se mostraba ajeno, incorrecto. En las laderas, el verdadero centro de la ciudad, y en la planicie del Aburrá se sentía una tranquilidad tensa, inquietante. La metrópoli, viva, presentía sus heridas futuras.

 

La calle es una selva de cemento

y de fieras salvajes cómo no

ya no hay quien salga loco de contento

donde quiera te espera lo peor

 

Él siempre había respondido al nombre de Juan. Ya no recordaba su nombre de pila; mucho menos que alguien, alguna sola vez, lo hubiera llamado de otra manera. Pero ese Juan, universal, bastaba. Bastaba para lo único importante que pudiera realizar en su vida: no era nadie, a pesar de su mente brillante y extraordinariamente ágil. Sin embargo, el destino depara caminos inesperados poco imaginados. Y así, conoció al Pato.

El Pato, como lo llamaban por andar metido en todo y en nada, era un reconocido sibarita del barrio. Amable y atractivo, un poco pedante pero buena persona, siempre andaba divirtiéndose con las niñas que, atraídas por su buen porte, compartían de sus salidas nocturnas. El Pato siempre andaba con dinero para gastar. No escatimaba en gastos. Así, bebiendo y bailando, el Pato metió a Juan en el negocio: Sólo era guardar aquel dinero –que casi se salía del bolso marrón en el que estaba- y esperar la llamada. Una parte sería para él. Juan, temeroso por las historias acerca del los ilícitos movimientos del Pato, no se decidía. Pero ¿Qué más da? Sólo era guardar y entregar.

 

La noticia del robo del Banco en el centro ocupaba ya los espacios informativos locales. Ignoto, no se daría por enterado. Mejor para él. Peor para su futuro. Juan, embelesado, sin salir de casa, veía en televisión las imágenes del desfile de Natalia París la noche anterior. ColombiaModa, el evento aquel, era el "suceso del momento en el país" (la ciudad se convertía de repente en toda la nación). Las lentejuelas y canutillos servían de preámbulo a las venideras silletas y flores de la Feria [Fiesta]: de la costura a la floricultura.   Mientras Juan apreciaba el "vanguardista montaje, inspirado en la cultura céltica, presentado por la Escuela de Diseño..." -como describía la despampanante y muy agraciada presentadora (modelo por demás)-, el teléfono sonaba y él, tardío, contestaba.

-Ya sabemos que tenés la plata. Ni te movás. Te quedás ahí hasta que vamos por ella... y por vos. Vos... ya la hiciste-. La voz, firme, intimidante y lapidaria, daba cuenta de lo que le esperaba. Huir y pretender no ser encontrado, o esperar lo que llegaría [ Pronto llegará, el día de mi suerte, sé que antes de mi muerte, seguro que mi suerte cambiará...] ¿Si cambiaría su suerte? La muerte es infalible: cuando te acecha puedes huir de ella pero no esconderte. Quizá sería mejor esperarla de frente, a lo mejor pasaba por alto. Pero, ¿cómo enfrentar lo inminente mientras tanto? ¿Su perdida y anónima vida terminaría de manera igualmente anónima? Era sólo un viento que había pasado por la ciudad, presente de manera efímera en algún momento de la vida de unas cuantas personas. Y la gente olvida. Quizá ya la vida también se había olvidado de él.

 
El toque en la puerta lo sacó de su cavilación. Lentamente, pero decidido, abrió. Era el Pato. El arma en la mano suscitaba dudas ¿Sería el verdugo? ¿Sería su redentor? ¿O sólo vendría por el dinero y lo dejaría ir?. -Juan, la plata- dijo secamente sin saludar. La entregó mientras el otro meditaba. Parecía tomar una gran decisión; notaba que era importante y le interesaba a los dos. Pero no entendía, ni le importaba, ni estaba dispuesto a averiguarlo: Ya habían llegado por el dinero.

El toque  en la puerta, presuroso, amargo, denotaba el afán. El Pato, afinando su arma, sólo atinó a decir: -Parce, nadie sabe para quién trabaja... -. Le dio la mano, quizá se despedía (o agradecía), caminó unos pasos y levantó su arma. El tiro, seco, en la sien, no dejaba dudas. Ya no había Pato.

 
Con otro tiro, la puerta se abría. Eran dos, serenos y enfáticos, -Hermano, el man ya la pagó. La platica, que tenemos afán-. Sin revisar el bolso salieron sonrientes y sin apenas mirar el cuerpo tendido en el suelo. Nadie se muere la víspera, como decía la abuela.
 
Tú y yo en el balcón que asoma a los plantíos de plátano
los patrones han muerto y tú aún sigues trapeando el piso de ajedrez
Ven acá,
desde aquí se logran ver todas las tierras que ahora nuestras son
y un zambo el heredero será, pues de un indio y una negra eso da
                                                                       El balcón, Café Tacuba
 
 
Perfectamente podría ser Nicolás Guillén, pero la hermosa tonada se la estoy escuchando a los Tacubos. Y pues, de no extrañar por su sentir musical indigenista y tan ligado al típico costumbrismo mexicano, sí logra asombrarme. Hermosa capacidad esta, el asombro.
 
Ecos de una derrota: del bambuco a la milonga El fútbol. Ese deporte canalla. Nos da alegrías en la misma medida que da tristezas. El espíritu del aficionado, siempre altivo, siempre creyente, nunca abdica. Y soporta largamente las más infames decepciones, así como celebra incesantemente las alegrías y glorias efímeras que ofrece. Fueron 10 minutos de alegría tras una hora de sufrimiento. La gloria que se consigue con sacrificio es mejor apreciada, pero más profundo también el dolor cuando esa gloria no dura. Ese 2-0 en contra, sentenciador, daba al traste con las ilusiones -ungidas con babas- de todos los que observábamos el partido. Hasta que hubo un gol. Allí, la esperanza regresó; esperanza que, casualidad o pundonor deportivo, se vio recompensada tres minutos después por aquel cabezazo memorable de Ángel. Aquel gol, más que gol, era empate, era alegría, era... era satisfacción. Así, la gloria sabía a sublimidad; más que empate, era victoria. La alegría colombiana contrastaba con la, no tristeza sino estupefacción uruguaya. Pero el sueño terminó [las alegrías colombianas, o son incompletas o no duran. Como Borges: los colombianos son un acto de fe]. Los diez minutos de felicidad terminaron con aquel tercer gol de Zalayeta quien, como verdugo de la noche, había sido protagonista de los otros dos tercios lesivos y ahora daba la estocada final; clavaba la espada cual matador ¡olé, torero!. La alegría del fútbol es el gol. Es el orgasmo, como dice Eduardo Galeano. Pero es un orgasmo no compartido y así, hay un derrotado que se traga su desengaño esperanzado en que la próxima vez será. Ojalá para la selección Colombia lo sea, o ya no habrá mundial para nosotros, muchos. De nuevo.
Acabo de leer la novela Cosecha de huesos de la escritora haitiana radicada en Estados Unidos, Edwidge Danticat. Y mientras hago cavilaciones acerca de aquel universo onírico del pueblo haitino, contrastante con la dominante realidad dominicana, encuentro este hermoso cuento de la autora, "La clase de lectura", publicado por El malpensante. Esta suerte de realismo mágico -"vía África"- me está cautivando. No sólo se trata de la descripción vuduista de su mundo, regido en esencia por Bon Dieu y los loa, sino toda aquella búsqueda reivindicatoria de su identidad: la eterna búsqueda del regreso negro a África. Así, a la par con nuestra cuentística latinoamericana -expresión de la tradición oral indígena-, está esta literatura negrista -tradición oral negra-. Algún día, la identidad será encontrada (o constituida), y saldrán de esta niebla, de esos sueños de sombras que bien reflejan en sus historias.

El novio más lindo del mundo El novio más lindo del mundo le mandó un mensaje a su novia, la más linda del mundo. Le decía que la quería, le decía que la imaginaba, le decía que la deseaba a pesar de sus temores. A pesar de los temores de ambos.

Pero una noche, el novio más lindo del mundo se dio cuenta de que no era el más lindo del mundo. Era sólo que, la novia más linda había creado ese imaginario para él porque lo amaba y quería que lo supiera.

Así, el novio más lindo del mundo descubrió que su novia sí era la más linda del mundo, pues lo amaba lo suficiente para decirle "novio lindo", aunque sólo lo fuera para ella. Desde ese momento, el novio más lindo del mundo olvidó sus temores. No se puede temer al tener a la novia más linda mundo...

Un hombre cuenta sus historias tantas veces,
que él mismo se convierte en sus historias.
Ellas le sobreviven; y en esa forma,
él se vuelve inmortal.
Big Fish
La única réplica que puedo hacer a quienes leen -y hasta emociona- lo que escribo. Después de todo, cuando suceden, sólo queda contarlas...

Triste Payaso
Es que tengo una tristeza que ni mandada a hacer... Hoy es de esos días en los que, aún triste, tengo certeza de lo que siento por el dolor que produce. Ella no lo entiende, no tiene porqué, pero eso no cambia lo triste y arruinado que me puedo sentir. Ella (sí, la de la foto abajo) me enamoró...

Este patetismo manifiesto debido a una simple negativa a ver conmigo Rosario Tijeras -cuya invitación fue idea suya- me está carcomiendo, me corroe.
Ya ha de pasar.   au revoir


Como dice Javier Solís:
Payaso, soy un triste payaso,
que en medio de la noche,
me pierdo en la penumbra con mi risa y mi llanto.

No puedo soportar mi careta,
ante el mundo estoy riendo
y dentro de mi pecho,
mi corazón sufriendo.

Estaba caminando rumbo a casa, de noche, como siempre. Yo lo sentía, lo presentía sin saberlo. El hombre estaba en la otra esquina, a sólo unos metros, y me miraba. Me miraba como quien sabe algo. No me intimidaba pero sí me mantenía expectante. Sin dejar de recoger los cartones y el material de reciclaje que organizaba en sus manos, se acercó a mí. No era alto, pero lo parecía por su postura; no era viejo pero se notaba la experiencia y la crudeza de su oficio en su rostro. Señalándome con su mano derecha, sus dedos largos pero encorvados reptaban hacia mí. ¿Cómo se llama?, dijo. Mauricio, repliqué yo. No usted. Ella ¿Cómo se llama?, volvió a preguntar. Sin saber de quién me hablaba miré alrededor sin encontrar alguna mujer a la que yo pudiera conocer. ¿Quién?, pregunté un poco consternado. Bajando su mano dijo: -Ella, en la que está pensando, la tiene hasta en la cara. Ya un poco asombrado por la seguridad con la que me hablaba sólo dije, Perla Cecilia. El tipo me extendió su mano y con un fuerte apretón, dijo finalmente: -Eso es duro, ¡no sabré yo de estar enamorado...! Pero ese brillo en los ojos lo vale; saber que ella piensa en uno pero que nunca se va a dar cuenta de que es uno el que se deshace por ella. Disfrútelo, disfrute ante todo. Con esa despedida, siguió su camino con sus cartones y yo el mío. Llegué a casa, lunes a las ocho de la noche. ¿Es que eso se nota?

He aquí el amor

"Ella sabía lo que a él le molestaba y él sabía lo que a ella le dolía. Los dos se amaban, como se aman los esclavos: con temor. Él, de vez en cuando, le decía que la amaba, y ella algunas veces, se hacía la que lo escuchaba.

Pasaron así 1095 días siendo infelices casi siempre, y casi a gusto de vez en cuando. Al llegar el día número 1096, él le dijo que ya no le quería hacer más daño y ella no le respondió; él sabía que eso era sólo una excusa, mala, por cierto, ya que a él le fascinaba que a ella le doliera.

Ella, por su parte, seguía en silencio y él se molestó… se molestó tanto, que decidió no marcharse para seguir haciendo lo que a ella más le dolía, sólo porque ella acababa de hacer lo que a él más le molestaba.

He aquí el 'amor', terminó diciendo el poeta después de escribir esas líneas; un instante después, se paró y fue a hacerle la vida infeliz a la mujer que amaba, ya que sabía perfectamente lo que a ella le dolía"

AnGeLuS, Colombia.

Little Rock

I

Y habrá en cada pupitre

de cada niño negro,

tinta de sangre, lápices de fuego.

Así­, es el sur, su látigo no cesa.

II

En aquel mundo faubus,

bajo aquel duro cielo faubus de gangrena

los niños negros pueden

con ir con los blancos a la escuela.

O bien quedarse suavemente en casa

o bien (nunca se sabe)

dejarse golpear hasta el martirio

o bien no aventurarse por las calles

o bien morir a bala y a saliva,

o no silbar al paso de una muchacha blanca

III

Ahora pensad lo que sería,

el mundo todo sur,

el mundo todo sangre y todo látigo,

el mundo todo escuela de blancos para blancos,

el mundo todo Rock y todo Little,

el mundo todo yanqui, todo faubus.

Pensad por un momento,

imaginadlo un solo instante
Nicolás Guillén

En el año dos mil cinco de la gracia del señor, declaro en esta breve epístola mi sentimiento de corazón. Voy a decir lo que siento, voy a hablar de lo que pienso; es que te voy a revelar algo de mis sentimientos. Y de leerlo (o saber entenderlo), a libre albedrío queda, pues como dicen en mi tierra [¿qué es lo que dicen en mi tierra?] ¡Ah! que aquel, el que calla, otorga; entonces te vas a enterar. Pero si ni aún así interesa, al cabo que ni me importa, porque de cualquier manera me voy a expresar, igual: Cuando estoy en mis excesos, contigo, en grande emoción, quisiera con embelesos arrancarte el corazón, arrancarte el corazón, y comérmelo a besos